lunes, 20 de octubre de 2008

“La Casa sobre la Roca como Gozo de Alcoba”

“Asexual Symmetry” (48" x 60" oil on canvas)
Roswita Szyszka

“El hombre sobrevive a los terremotos, a las epidemias, a los horrores de la enfermedad y a todas las agonías del alma, sin embargo la mayor tragedia de todos los tiempos fue, es y será la tragedia del dormitorio”.

León Tolstoi

Sabemos que la sexualidad es una dimensión cambiante y dinámica de la sociedad, que se construye a través de la interacción entre los individuos y las estructuras sociales. También sabemos que el placer sexual, incluyendo el autoerotismo, es una fuente de bienestar físico, psicológico e intelectual que asociado a una experiencia libre de conflictos, de ansiedades y de temores permite al hombre su desarrollo personal y social.

Es derecho y también obligación que las sociedades contribuyan a crear estas condiciones necesarias para satisfacer estas necesidades para el desarrollo pleno de los individuos, respetando sus derechos sexuales.

Hay un derecho en particular, que quiero aquí hacer mención, el derecho a la privacidad, que implica poder ejercer la capacidad de realizar decisiones autónomas acerca de la vida sexual dentro de un contexto de ética personal y social. Derecho muchas veces limitado desde lo social, cultural, económico y políticas públicas que privilegian el bienestar individual de unos pocos, sobre el social.

En la película el “Chacotero Sentimental”, película dirigida por Cristián Galaz, comedia chilena en la que un joven y excéntrico locutor de radio conduce un exitoso programa donde los oyentes cuentan sus historias cargadas de enredos, conflictos y disputas, conducido por "El Rumpy" (Roberto Artiagoitía) surgen tres historias: Patas Negras (comedia), Secretos (drama) y Todo es Cancha (tragicomedia). Si bien las tres tienen diversas temáticas sexuales, la última: “Todo es cancha” nos presenta el drama del hacinamiento que sufre la gran mayoría de la población que vive (o malvive) en los cordones suburbanos de las grandes ciudades (en este caso una ciudad chilena, pero bien podría ser cualquier ciudad de Sudamérica), que ve su privacidad sexual desbordada constantemente por la presión colectiva del fisgoneo involuntario, impuesta por la carencia de espacio en las precarias viviendas que, paradójicamente, son tituladas como sociales.

Esta es una realidad que muy pocas veces se toca debido a que pareciera ser que el sexo es menos importante que otras cosas, cosa que ya sabemos que no es verdad, aunque de eso no se hable.

En este tercer relato de “Todo es Cancha” un matrimonio joven que tiene tres hijos pequeños, por problemas de dinero, deben vivir en el hogar de sus padres, un estrecho departamento en una población marginal. Su privacidad se resiente, porque es imposible mantener una relación sexual normal y placentera en esas condiciones. La búsqueda de solución a esto origina problemas y también momentos de buena comedia popular, al estilo de las famosas peripecias de las películas italianas, que se hicieron famosas en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado.

Foucault (1976) nos dice que “si observamos el discurso social que heredamos podemos ver que tanto en el espacio social como en el corazón de cada hogar existe un único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres. El resto tiende a esfumarse, a volverse oscuro, a mantenerse en las sombras; la conveniencia de las actitudes esquiva los cuerpos, la decencia de las palabras blanquea los discursos. Y el estéril, si insiste y se muestra demasiado, vira a lo anormal, en consecuencia recibirá la condición de tal y deberá pagar las correspondientes sanciones”.

“El burdel y el manicomio son esos lugares de tolerancia donde la prostituta, el cliente, el rufián, el psiquiatra y sus “histéricos” parecen haber hecho pasar subrepticiamente el placer que no se menciona al orden de las cosas que se contabilizan; las palabras y los gestos, autorizados entonces en sordina, se intercambian al precio fuerte. Únicamente allí el sexo salvaje tendría derecho a formas de lo real, pero fuertemente insularizadas, y a tipos de discursos clandestinos, circunscritos, cifrados. En todos los demás lugares el puritanismo moderno habría impuesto su triple decreto de prohibición, inexistencia y mutismo” (Foucault, 1976)

Escalante Gonzalvo (2004 ) nos habla de que “lo privado no quiere decir secreto, ni lo público no quiere decir abierto” que a la condición humana se le ha dado la conciencia y la voluntad pero para eso es indispensable hacer uso de su libertad Pero también para esto es indispensable poner límites a la intervención de cualquier autoridad, sea la del gobierno, la de las iglesias o incluso de la misma familia: separando un ámbito privado para proteger la libertad personal, como rasgo indispensable de la dignidad humana.

Cuando se trata de modificar los límites de lo privado, lo primero que se discute, aunque sea de modo implícito, es el contenido concreto de la dignidad, a partir de la idea que nos hemos hecho de ella: se trata de definir el espacio de libertad que necesita una persona para llevar una vida digna, autónoma.

En la actualidad se tiende a dar un significado mucho más restringido a la privacidad, que no se refiere a todos los campos de la actividad privada, libres de interferencia, sino estrictamente a los asuntos más íntimos y personales. De hecho, se usa la palabra privacidad como sinónimo de intimidad.

Nos resalta Escalante Gonzalvo que privacidad e intimidad parecen significar lo mismo, pero lo que cambia es el punto de vista desde el que se mira. Cuando se habla hoy en día de proteger la privacidad se entiende que se trata sobre todo de la vida familiar, el hogar, las relaciones de amistad, las relaciones sexuales, las conversaciones y la correspondencia, es decir: todo lo que hacemos fuera de la mirada pública; también se entiende que la amenaza proviene no sólo de la autoridad, sino de los medios de comunicación masiva. Se vulnera nuestra intimidad cuando se hace del conocimiento público, mediante la prensa, la radio, la televisión. Si es posible un poco más de precisión, aunque sea con un artificio, podríamos decir que la definición de lo privado es objetiva, mientras que la definición de lo íntimo es relativa, se refiere al círculo de gente que de manera natural pueden saber de nuestra vida privada, en cualquier aspecto. Como “libertad negativa”, es decir, la ausencia de obstáculos o coacciones para que cada persona pueda obrar como mejor le parezca.

El matrimonio corresponde sin duda a la esfera privada, como la vida familiar en general; no obstante, se formaliza ante un juez y es un dato que se requiere en toda clase de documentos, lo mismo que se requiere la inscripción de los hijos en el Registro Civil. En cambio, el vínculo afectivo en sí, la vida sexual, lo que uno siente, el modo en que se organiza la vida cotidiana, todo eso es íntimo, no tiene por qué saberlo nadie.

“La protección de la vida privada y la protección de la intimidad son necesarias como estructura del orden jurídico y como garantía de respeto de la dignidad personal” (Escalante Gonzalvo, 2004).

Para esto la casa, la vivienda, la morada, expresan el lugar para vivir o habitar, que nos permite la protección de nuestra vida privada y la protección de la intimidad.

Habitación es la acción de habitar y designa a cualquier aposento de la morada. ¿Qué es y qué ha sido la casa? Residencia, refugio, habitación, propiedad, afecto; un lugar que organiza simbólica y territorialmente a las familias……. se puede decir mucho más; pero lo es cierto es que la idea de casa ha ido transformándose a lo largo de los siglos en interrelación con los cambios culturales, políticos, económicos, sociales, acompañando el cómo vivir de cada momento histórico. La casa es, tradicionalmente, el ámbito de lo doméstico y lo privado pero ¿cómo se relaciona con el afuera, con lo social?

Thébert (1990) dice que la naturaleza de lo privado es específica de cada sociedad, y tanto lo público como lo privado se encuadran igualmente dentro de la dimensión social, y considera la vivienda privada como un ámbito social esencial. Para Michelle Perrot (1990) la casa es el “teatro de la vida privada, y de los aprendizajes más personales, ambiente obligado de los recuerdos de la niñez, la casa es el lugar de una memoria fundamental que nuestra imaginación habita para siempre”

La casa tiene una connotación material, mientras que el hogar hace referencia a contenidos simbólicos, sociales, afectivos. Hogar para nosotros designa el fuego que mantiene el interior de la casa: templa ambientes, prepara alimentos y reúne a sus habitantes.

En la edad media prácticamente no se tenía la idea de casa y familia como algo privado, los adelantos técnicos, como norias, molinos no eran lo más común para la mayoría de la gente. La casa burguesa del siglo XIV tenía el taller en la planta baja y la vivienda en la planta alta, donde sólo existía una cámara en la que se cocinaba, se dormía, se recibía. Los muebles eran mínimos y muchas veces con múltiples funciones.

Una casa medieval podía estar adornada con tapices y estar al mismo tiempo mal calentada, la gente podría ir lujosamente vestida, intercambiar complicados saludos y después sentarse en bancos incómodos y dormir tres en una cama sin preocuparse por la intimidad. La vida era algo público, la autoconciencia prácticamente no existía, lo privado no existía; El bienestar consistía en lo externo, más en la forma que en las sensaciones y percepciones íntimas y personales.

En el Siglo XVI era raro que alguien tuviera una habitación sólo para él. Las casas tenían sólo una chimenea o una cocina en la habitación principal y el resto de la casa estaba sin calentar. El ropaje no era cuestión de moda sino de térmica, las casas estaban llenas de gente.

A finales de la edad media estas condiciones fueron cambiando, la conciencia individual fue apareciendo y con ello una idea distinta del hábitat, en donde se buscaba lo íntimo, el desarrollo de lo individual, lo privado y lo familiar.

Nos dice Miguel Arroyo (2003) que para nosotros los occidentales, el lecho donde dormimos se ha convertido en uno de los ámbitos más privados que hay. A medida que nos hemos ido civilizando, las necesidades animales y biológicas como evacuar las heces y la orina, mantener relaciones sexuales, asear nuestro cuerpo y también dormir, se han convertido en actividades cada vez más íntimas. Pero no siempre fue así en la historia de la humanidad.

En la prehistoria y hasta la Edad Media, los lechos eran más bien lugares de descanso colectivo. La tribu habilitaba espacios cubiertos de paja y otros materiales cómodos para poder descansar. Estar cerca unos de otros les daba seguridad y los protegía de los posibles enemigos naturales (frío, depredadores...) La desnudez y las actividades copulatorias no eran tan tabú como hoy en día.

Hasta los siglos XVI y XVII, la cama fue un curioso lugar de socialización, muy distinto al que ahora conocemos. Era habitual que durmieran juntos los miembros de la misma familia, el señor con sus criados o la dama con sus doncellas; a los invitados, se les hacía un hueco para que pernoctaran en el lecho común. Esto se sabe por los textos de buenas costumbres de la época.

En el siglo XV se prescribía lo siguiente: "Si ocurre que por la noche o en cualquier otro momento tienes que acostarte con una persona de rango superior, pregúntale qué lado de la cama le gusta más y acuéstate tú en el otro lado para dar prueba de tu educación. Una vez en la cama, estas son las reglas de cortesía que debes seguir: estírate y mantén rectas las piernas y los brazos. Cuando hayáis hablado todo lo que queréis, dale las buenas noches"

Otro del XVIII, indicaba:

"Cuando en un viaje tengamos que acostarnos con una persona del mismo sexo, no conviene acercarse tanto que podamos molestar al otro, o incluso tocarle; aún peor es meter las piernas entre las de la otra persona."

Sin embargo hoy en día nos resulta sorprendente que nuestro anfitrión nos invite a compartir su lecho porque esto puede dar lugar a malentendidos. Del cual, aún, no nos liberamos de los prejuicios homofóbicos y discriminativos, a todo contacto con personas de nuestro mismo sexo.

Siguiendo un poco de historia podemos observar ahora cómo están distribuidos los espacios en cualquier casa modesta de la actualidad. Existen dos ámbitos: los públicos y los privados. En el salón-comedor y en la cocina, los miembros del grupo preparan sus alimentos, los ingieren y socializan entre ellos. Los espacios más íntimos son el baño y los dormitorios.

En el baño el cerrojo es hoy obligatorio. Asearse y defecar las heces son actividades que nos gusta realizar a solas y, en todo caso, podemos compartirlas con personas muy, pero muy cercanas. Tal vez no sentimos tanta vergüenza de ducharnos, estar desnudos e incluso sentarnos en el inodoro, en presencia de nuestra pareja o de alguna amistad muy íntima. Pero en general, para realizar todas estas actividades ponemos el cerrojo. Cuando ocurre que en la calle tenemos que orinar, cambiarnos la ropa interior o las toallas higiénicas y cosas así, nos avergüenza y corremos urgente a buscar un lugar privado para hacerlo. La vergüenza es la que nos obliga a buscar un lugar donde nadie nos vea. Esto no era así hace algunos siglos: nuestros antepasados no se sonrojaban por realizar estas actividades en público. Ni acompañaban con risitas cualquier alusión a ellas.

Los dormitorios son también hoy espacios bastante privados. Suelen tener un cerrojo, aunque no de modo tan imperativo como en el baño. Según la norma que implícitamente rige las relaciones familiares, si no tienes pareja, duermes en una cama de 80 ó 90 cm. de ancho. Excepto los niños, a quienes ocasionalmente podemos acostar juntos, la gente duerme sola si no tiene pareja reconocida. Se supone que hasta que te cases, no necesitas una "cama de matrimonio", cama de dos plazas. Esto es especialmente duro para los adolescentes y para las personas que, estando en edad de mantener relaciones sexuales, no disponen de su propio espacio; se supone que sí quieres desarrollar una vida íntima necesitas irte del núcleo familiar. No son muy comunes las familias en las que se permiten más de una "cama de matrimonio".

Para las relaciones más estables la "cama de matrimonio" también suele provocar problemas, por una razón muy sencilla: aunque se ame a la pareja, posiblemente no se desee dormir siempre con él o ella. Puede que alguna noche se necesite nuestro propio espacio porque se quiere leer, meditar o hacer lo que se desee en soledad. Puede que nos encante hacer el amor y compartir la intimidad con la pareja, pero se odie sus ronquidos y se prefiera descansar a solas. De hecho, todos los estudios indican que el sueño suele ser más reparador en soledad que en compañía. Pero como se tiene pareja se supone que se debe acudir a la "cama de matrimonio", institucionalizada como obligatoria. Esto provoca con frecuencia problemas y discusiones en los matrimonios con menos recursos. Los de la burguesía y la nobleza siempre lo han tenido bastante claro, y cada uno ha poseído sus propios "aposentos". Para las clases medias y bajas el espacio disponible es más limitado. Ya que la mayoría de las veces ni siquiera se dispone de una habitación privada, como es el caso de la película “Todo es cancha”, donde a falta de privacidad y intimidad, lo privado se termina haciendo público.

Por este motivo la culminación de un proceso de transformación social, económico y jurídico que influyó poderosamente en las formas de habitar la ciudad y la casa, tuvo como resultado más sobresaliente la constitución de la casa en Hogar; entendiéndola como el espacio primordial para una nueva familia celosa de su privacidad e intimidad y en una búsqueda creciente por la comodidad. No obstante para que esto suceda la ciudad tiene que ser capaz de ofertar opciones de vida urbana suficientes para mantener a buen resguardo la casa; son los equipamientos urbanos los que desempeñan esta función.

Paulatinamente la casa se fue convirtiendo en lugar privado. No sólo influyó en esto la separación del lugar de residencia del trabajo, sino la transformación de ideas con respecto a la pareja, al cuidado de los hijos, la educación, etcétera. La casa pública feudal desemboca así en la casa particular familiar moderna. Este cambio fue físico y emocional, la casa se fue haciendo cada vez más pequeña y menos pública, junto con la modificación del tamaño y el tipo de ambientes al interior de la misma. La casa ahora es una protección contra los intrusos, es el centro de la nueva unidad familiar.

En este momento histórico, la habitación propia es el espacio de ilusión, y este deseo de un rincón propio es la expresión de un sentido creciente de individualidad y de un sentimiento de la persona. En el espacio privado es donde puede verse todo lo que está en juego, se materializan las miras del poder, las relaciones interpersonales y la búsqueda de sí mismo. Por esta razón no es sorprendente ver que la casa adquiriera tal importancia en la pintura, el cine y la literatura. Los Jardines soleados de Monet, la Ventana entreabierta de Matisse, la Habitación de Vincent de Van Gogh, el Chacotero sentimental de Cristián Galaz, Casa Tomada de Julio Cortazar, entre otras. Vemos entonces como el arte penetra en la casa y va sugiriendo sus secretos.

La construcción del hogar fue entonces, la redefinición de que es lo público y lo privado, que ya no son opuestos sino complementarios. El ciudadano, como sujeto de derechos y obligaciones es en todo esto el protagonista principal y como tal puede ejercer y exigir su derecho humano. Y como humano ejercer con libertad y privacidad su derecho sexual, una sexualidad digna, responsable y placentera.

Pero ahora surgen plantearnos otros interrogantes ¿Qué pasa con el sexo cuando los hijos duermen en la misma pieza, cuando no hay dinero para pagar las cuentas, cuando los vecinos pueden escuchar? ¿Qué pasa con el amor, cuando la sexualidad se convierte en un problema?

Por ejemplo en los geriátricos, existe una gran falta de privacidad, por lo que muchos adultos no pueden masturbarse o tener sexo con su pareja en algún lugar cómodo, lo que los lleva a elegir las duchas u otros lugares inapropiados para la práctica sexual, sobre todo en la gente adulta.

Por esto mismo, algunos geriátricos comenzaron a tratar este tipo de problemas. En Escocia, por ejemplo, ahora se permite a los residentes de clínicas de reposo concurrir a un lugar bien aislado para tener sexo con su amante, incluso si este es del mismo sexo.

Muchos internados reclaman el derecho a la privacidad que tiene cada ser humano, sobre todo porque logran encontrar el amor en sus clínicas de reposo, con algún otro paciente.

Los problemas concernientes al sexo de los adultos mayores son todo menos simple. Tienen que ver con el espacio, la privacidad, el dinero, pero por sobre todo porque son muchas las creencias y prejuicios acerca de la sexualidad de los adultos mayores. Los mitos y prejuicios son construcciones culturales que forman parte del Imaginario Social y al formar parte de este, dictaminan el comportamiento esperado y de cómo debe ser para cada individuo según el grupo al que pertenece. En el caso de los Adultos Mayores, se espera que al entrar en la etapa jubilatoria deje de tener proyectos, actividades, deseos y necesidades sexuales.

La pauta de comportamiento esperada es marcada desde cada ámbito social. En lo económico laboral, aquellos que alcanzan la jubilación comienzan a llamarse clase pasiva. Dentro de la familia se espera que estén predispuestos a cuidar a los nietos. Los medios de comunicación lo muestran jugando un dominó interminable. En general, no se prevén espacios para que propongan ideas, ni se considera la posibilidad de encontrar en ellos la ilusión del amor ni la intensidad de la pasión.

En los casos de Escocia y Dinamarca, apuntan por sobre todo al valor terapéutico del sexo, ya que sus especialistas creen haber comprobado que los adultos sexualmente activos, viven más tiempo, y con mayor salud, que aquellos que no lo son.

Sería entonces de excelencia que nosotros como latinoamericanos de “Sangre caliente”, como suelen decirnos, demos a la sexualidad el lugar, el espacio y el valor que se merece. Permitiendo la igualdad de oportunidades para que todos puedan beneficiarse del desarrollo de una sexualidad digna y plena.

“En una oscura noche, con ansias, en amores inflamada, ¡Oh, dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”.

Juan de la Cruz en Noche Activa del sentido



Lic. Maria B. Romero



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